MCTV- Todos hemos tenido desiertos en nuestras vidas. Etapas en las que sólo vemos arena y sentimos el sol abrazador. No hay una laguna, una vertiente, nubes ni brisa, nada que pueda darnos una esperanza de que saldremos vivos.
En 2 Reyes 3 encontramos la historia de la guerra entre Israel y Moab. Joram, rey de Israel había decidido declararle la guerra a Mesa, rey de Moab porque este último se había revelado y decidió no pagar el tributo que daba a su reino antes de la muerte del rey Acab.
Entonces Jeroboam convocó a Josafat, rey de Judá y al rey de Edom para atacar Moab. Los tres ejércitos dieron una vuelta al desierto durante siete días pero no encontraban agua para los hombres ni animales. Cuando el rey de Israel empezó a protestar contra Dios, Josafat le preguntó si no había entre ellos un profeta del Señor que pudiera darles una guía. Entonces recurrieron a Eliseo.
Por la respuesta del profeta, podemos notar que no estaba muy contento con ver a Joram (quien no era temeroso de Dios) pero por respeto a Josafat decide darles una respuesta.
Lo primero que hace es pedir que traigan a alguien que toque el arpa y cuando la música sonaba, el poder de Dios vino sobre Eliseo, quien les dijo: “—Esto dice el Señor: “¡Este valle seco se llenará de lagunas! Ustedes no verán viento ni lluvia, dice el Señor, pero este valle se llenará de agua. Habrá suficiente para ustedes, para su ganado y para los demás animales; pero eso es algo muy sencillo para el Señor, ¡porque él les dará la victoria sobre el ejército de Moab! Ustedes conquistarán las mejores ciudades de Moab, incluso las que están fortificadas. Cortarán todos los árboles buenos, taparán todos los manantiales y con piedras arruinarán toda la tierra productiva”.
En esta parte de la historia encontramos enseñanzas increíblemente valiosas. Primero, cuando los reyes vieron que estaban dando vueltas en el desierto, sin lograr nada, acudieron a la persona que podría darles un mensaje de parte de Dios, buscaron una palabra del Señor. En segundo lugar, Eliseo pidió a alguien que tocara el arpa porque es en la alabanza, en medio de las pruebas, que Dios se manifiesta. Tercero, ellos debía creer, aunque no vieran viento de lluvia, el valle se llenaría de agua. Y cuarto, Dios les daría más de lo que pidieron, les daría la victoria sobre Moab y conquistarían las mejores ciudades, incluso las fortificadas.
¿Qué sucede cuando estamos en un desierto? ¿Culpamos a Dios por nuestra situación? ¿Nos echamos a morir?
Si estás atravesando un desierto, aunque sientas que ya no tienes fuerzas, busca a Dios, sólo su dirección te sacará de ahí, alábalo aunque no tengas ganas porque en la alabanza hay poder y cree con todo tu corazón. Aunque no veas nubes, ni sientas una brisa en medio de tu desierto, el agua aparecerá y no sólo saldrás de ese desierto, sino que Dios te dará mucho más.
Sigamos el ejemplo de David, que aunque estaba desanimado alabó a Dios porque sabía que era su Salvador:
“¿Por qué estoy desanimado? ¿Por qué está tan triste mi corazón? ¡Pondré mi esperanza en Dios! Nuevamente lo alabaré, ¡mi Salvador y mi Dios!…” Salmos 42:5,6
Los desiertos son tiempos de prueba, lugares transitorios en los que podemos estar siete días como en esta historia o cuarenta años como el pueblo de Israel, pero son, sin duda, los lugares en los que Dios forja nuestro carácter y fortalece nuestra fe. Está en nosotros buscarlo y creer que Dios tiene mucho más de lo que pensamos, imaginamos o pedimos para cada uno de nosotros, aunque no podamos verlo.
¡Ánimo, que tu desierto es sólo un lugar de paso, lo que Dios tiene para ti es más de que podrías imaginar!
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